Ya no les gusta llamar por teléfono ni preguntar en el mostrador qué es lo que hay. Cada vez más, las nuevas generaciones son reacias a ese contacto que durante siglos ha caracterizado el comercio y las relaciones sociales, y tienden a la virtualidad y al producto finalizado. Paralelamente, cada vez es más difícil que en un bar nos sirvan el café en la mesa y el negocio no tire de autoservicio.
Y esto traerá consecuencias: la próxima vez que vayas al supermercado, es probable que te encuentres con un espacio vacío donde antes un dependiente te preparaba unos filetes. La desaparición de los mostradores tradicionales de alimentos frescos es una amenaza cada vez más extendida en Europa. Primero fue tímida; ahora, parece imparable.
La decisión no responde a un capricho. Detrás hay razones económicas, logísticas y, sobre todo, de consumo. Los supermercados priorizan el autoservicio, una fórmula que ahorra costes, reduce colas y encaja con el ritmo acelerado de los nuevos hábitos. Pero también se lleva por delante la experiencia de comprar “a la antigua”.
En países como Alemania o Francia, la tendencia ya es evidente, publica Ruhr 24. Grandes cadenas están eliminando progresivamente los mostradores de carne, embutidos y pescadería. En su lugar, los consumidores encuentran bandejas etiquetadas, selladas y expuestas en vitrinas refrigeradas. Todo limpio, rápido y sin intermediarios.
De provisional a estructural
Los supermercados justifican la medida por la eficiencia operativa y la demanda creciente de soluciones rápidas. La pandemia aceleró el cambio: menos contacto, más control. Pero lo que era provisional se ha convertido en estructural.
Para muchos clientes, esta transformación representa una pérdida de confianza. En el mostrador no solo se compraba, también se preguntaba, se elegía el corte y se recibían recomendaciones. El trato humano y la experiencia sensorial (olor, textura, conversación) se diluyen en el nuevo modelo de consumo precocinado.
También hay un impacto en el empleo: menos mostradores implica menos personal especializado. Carniceros, charcuteros y pescaderos pierden visibilidad en un entorno donde la automatización avanza. Lo que se gana en velocidad, se pierde en identidad.
Bandeja precintada por norma
Frente a esto, algunos supermercados optan por fórmulas híbridas: mantener mostradores en horario reducido o solo en centros premium. Otros trasladan el servicio a corners independientes dentro del mismo local. Pero la norma empieza a ser la bandeja precintada.
Queda por ver si el cliente aceptará este cambio de forma definitiva o si, como ya ocurrió con el pan congelado, volverán a surgir demandas de mayor contacto y autenticidad. Porque no todo cabe en una bandeja de poliestireno, y no toda compra es solo una transacción.
Este cambio de paradigma invita a reflexionar si estamos ganando comodidad o perdiendo una parte esencial de la cultura alimentaria cotidiana. La frescura no siempre va envasada, y la confianza y las consultas al experto tampoco caben en una etiqueta.
Foto | Federico Arnaboldi
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